viernes, 30 de julio de 2010

Rejillas para la libertad


La ventana de la alcoba, con rejilla

Qué calor hace en Madrid este verano. En invierno las ventanas están habitualmente cerradas, como es natural, y tal y como expliqué en una entrada anterior, en el balcón pusimos un cerramiento de rejilla de plástico, que en invierno además forramos con plástico, pero ahora, claro, está al aire. Pero, ¿y el resto de la casa? Al llegar el calor lo que apetece muchas veces es tener las ventanas abiertas, cosa que solo podíamos antes hacer por la noche, y esto incuso con restricciones, ya que si las dejábamos abiertas hasta el amanecer, cualquiera podría salirse.

El asunto de dejar en libertad a las tórtolas ya lo tenemos resuelto: sabemos que no son capaces de vivir fuera del entorno doméstico, es más, que aquí son totalmente felices, pero eso no impide que den un vuelo y luego no sepan volver, o regresen al balcón de la vecina con sus gatos... De hecho, hace unas semanas Walter se encontró la ventana del baño abierto, y, bobo de él, se atrevió a dar un vuelo... en realidad fue prácticamente una caída controlada, porque de las tres tórtolas él es precisamente el que peor vuela. Lo recogimos del suelo, un tanto aturdido, pero todo quedó ahí.

Había que solucionar esto, y lo hemos hecho colocando en todas las ventanas de la casa una rejilla igual que la del balcón. En la foto se ve la de la alcoba; va sujeta con tres clavitos por arriba, el resto está suelto, y por abajo queda pillada entre el marco y las jardineras, así podemos regar con facilidad. Ahora cuando hay aire fresco lo disfrutamos, y hemos recuperado la libertad de tener las ventanas abiertas, sin preocuparnos de dónde está cada una. Un acierto, y si a alguien le sirve, una recomendación.

domingo, 18 de julio de 2010

Recogiendo a las tres tórtolas de su residencia veraniega

  Walter, Amélie y Junior han pasado perfectamente las vacaciones en el Indiana Camp

Hoy domingo he pasado por las instalaciones donde dejamos nuestras tórtolas mientras viajábamos a Francia. En total, han sido tres semanas justas sin ellas, y he de decir que están perfectamente. Nada más entrar al jaulón, se me subió Amélie. Yo diría que están más cariñosas, y cuando por fin han vuelto a su espacio en Madrid creo que se han sentido bien a gusto; tal vez me lo invento, pero creo que es así. Walter también está más dócil, parece buscar nuestra compañía con espontaneidad, aunque por supuesto sigue en su línea de acompañar a Amélie en todo lo que haga: no consiente en separarse de ella.

Por su parte, Junior me sorprendió un poco, porque parecía casi que me huía en el jaulón, y aunque la recogí con facilidad, me extrañó esa actitud. Luego comprendí el por qué: tiene unas claras marcas de picotazos en la cabeza, sin duda propinados por Walter, pero luego ha vuelto a la normalidad. Claro, no tiene pareja, y cuando está junto con sus padres y nadie más tiende a formar grupo con ellos, cosa que su padre no consiente; ahora la cosa es distinta, porque siempre estamos nosotros para defenderla de su papá. Los picotazos no son graves, y las pequeñas calvas en las plumas espero que se recuperen con el tiempo.

Lo importante es que las tórtolas han resistido el viaje de ida de Madrid a Toledo, tres semanas en un jaulón con otras especies de aves, y el viaje de vuelta a casa. Y, ojo, que los viajes han sido bastante pesados, en jaulas, y con un calor horrible.

Ah... qué gusto, por fin en casa.

sábado, 17 de julio de 2010

Sorpresa: Ícaro salvado

      Ícaro: un pollo de paloma torcaz salvado in extremis

Mañana, por fin, recogeré a Walter, Amélie y Junior de su alojamiento vacacional, para volver conmigo a Madrid; ya os contaré qué tal ha ido todo, pero estoy tranquilo porque me confirman una y otra vez que todo ha ido bien, incluso Amélie ha puesto un huevo.

Pero esta anotación se refiere a otra cosa. Ayer viernes en mi casa de Madrid, cuando estaba ya sentado al volante del coche, para venir a Toledo, observé algo que me llamó la atención: una urraca, esos pájaros negros y blancos que desde hace unos años pueblan nuestros jardines urbanos, estaba picoteando a un pajarito caído, posiblemente un gorrión. No tuve valor para presenciar la escena, y me bajé del coche. La urraca voló, y así comprobé que el pajarito caído no era un gorrión, sino una cría bastante más grande, del tamaño casi de una tórtola adulta; era una paloma torcaz, de esas grises con un collar blanco. Su madre, posada en una rama a un par de metros sobre el suelo trataba de alejar a la urraca a picotazos.

No había modo de subir al pollito a su nido, posiblemente en lo alto del enorme pino. No parecía herido, y tenía el buche totalmente lleno; estaba empezando a echar las plumas de las alas, y aunque su aspecto es feote y hasta desagradable, con ese pico hinchado y el cuerpo desnudo, sin duda será una paloma torcaz encantadora. Me lo he traído a casa, a Toledo, donde ha pasado una noche tranquila, aceptó apenas unas gotas de agua. Por la mañana estaba espabilado y mostraba una agresividad que habría sido inusual en una tórtola y supongo que en una paloma doméstica. Mi primo Julio, el dueño de la granja-escuela donde están mis tórtolas hasta mañana se ha hecho cargo de Ícaro (que es el nombre que le he puesto al pollito, por aquello de haberse caído), y lo ha llevado al Convento de San Antonio, donde se encargará de su crianza Sor Consuelo, una monjita famosa por su mano con los animales, que precisamente anda buscando un par de palomas torcaces.

Una historia, pues, con final feliz.