jueves, 28 de abril de 2011

Una cría de jilguero


(Cipreses de la plaza de Santa Clara en Toledo; la pequeña cría de jilguero)

Ahora dicen mis conocidos que los pájaros acuden a mí de algún modo misterioso, porque lo que me pasó esta Semana Santa en Toledo así parece indicarlo. Aunque vivo en Madrid, los fines de semana los suelo pasar en mi casa familiar, en Toledo; se trata de un segundo piso, y el salón tiene un mirador que queda justo a la altura de una plaza donde de pequeños jugábamos mis hermanos y yo. Era por la mañana, y escuchaba un ruido agudo muy insistente; pensé que tal vez un murciélago (que tiene un chillido agudísimo), rondaba cerca, y me asomé al mirador. Pronto vi que se trataba de un pajarito, posado en los hierros exteriores, que chillaba desesperadamente, supongo que a su mamá. Pasaban los minutos y no aparecía nadie, así que me preocupó que el pajarito cayese al suelo (aunque sin duda algo volaba, ya que estaba en el mirador... ¿o vendría de un nido en la parte superior del edificio?). Sin dificultad lo recogí, era pequeñísimo, todo él abultaba menos que mi dedo pulgar. Era muy bonito, las plumitas prácticamente estaban formadas, pero al abrir el piquito se veía un color rosado en la boca propio de las crías. No parecía tenerme miedo (otra señal infantil), y su buche creo que estaba lleno. Pareció alegrarse del calor de mi mano (hacía frío y aire en el exterior), y se quedó como adormecido unos minutos. De su mamá no había rastros, ¿qué pajarito sería? Un gorrión seguro que no, este tenía un pecho leonado muy bonito, y una cola cortísima, amén de colores más variados que los de los gorriones en distintas plumas. Y cantaba de un modo tan raro... Un par de horas después escuché el canto de un jilguero adulto, con el pecho amarillo verdoso, repitiendo una y otra vez una melodía concreta: ¡sin duda su madre estaba buscando al pequeñín! Mientras tanto yo ya estaba hecho un mar de dudas ¿qué podía hacer con una cría así? ¿me la quedaba? En casa había dado pequeños saltos, y no parecía querer huír. Finalmente, lo puse en la ventana del mirador, y posiblemente más descansado y calentito, emprendió un vuelo de algunos metros. Volvía a cantar llamando a su madre. Al poco tiempo los sonidos de la madre y el hijo, perfectamente reconocibles, parecían acercarse. No lo vi directamente, pero casi con toda seguridad se encontraron y siguieron adelante con sus vidas. En los cipreses que crecen en la plaza, muchos pájaros tienen nidos, son unos árboles perfectos porque su enramado forma capas tan densas que seguro quienes viven entre ellas pueden soportar tormentas y aguaceros mejor que en otros sitios; creo que ahí es donde viven. Desde entonces me fijo más en el sonido de los jilgueros, su música aguda y armoniosa ahora ya no me resulta indiferente, y quiero pensar que "mi" jilguerito (al que quise llamar "Tony") es ahora un vecino más de la plaza de Santa Clara.

viernes, 8 de abril de 2011

Junior a veces me pica

(Del salón en el ángulo oscuro, acompañada de mí, Junior)

Ha pasado el tiempo, Junior ya es definitivamente adulta; es más pequeña que cualquiera de sus padres, y además nuestra niña mimada. Cuando el verano pasado la dejamos en el Indiana Camp de mi primo, durante nuestras vacaciones, nos pareció lo más natural que estuviesen juntas las tres, Amélie, Walter y Junior, aunque a la vuelta la pobra Junior tenía algún picotazo en el cuello; y es que no deja de intentar juntarse con sus padres, algo que ellos rechazan violentamente. Pero bueno, no va sobre eso mi pequeña reflexión. Desde hace algunas semanas, Junior es claramente receptiva a los galanteos de su papá, Walter, quien en un descuido nuestro llegó a montarla, y en la siguiente puesta uno de los dos huevos estaba fecundado, ¡qué barbaridad! Por cierto, veremos si esa única fecundación sirve para fertilizar los huevos durante mucho tiempo, tengo entendido que las gallinas son capaces de guardar y usar el esperma de los gallos a su antojo, veremos. Caramba, tampoco era de eso de lo que quería hablar, sino del comportamiento de Junior conmigo.

Junior eligió a mi pareja como la suya, y desde entonces su humor conmigo... varía. Por la noche nos solemos poner en el sofá, viendo la tele, y Junior encima, porque no quiere quedarse sola en su nido del pasillo, y por supuesto sus papás no permiten que se junte con ellos en el nido del balcón (aunque lo intenta continuamente, pobrecita). Y a veces... Junior me pica. Ataca mis manos, yo estoy tumbado y ¡me pica!; incluso mi oreja y mi labio han soportado sus iras. Otras veces no, al acercar los dedos me los acicala amorosamente, pero no siempre. Supongo que depende de sus hormonas, de su ciclo de fecundidad; y desde luego a mi pareja siempre la trata amorosísimamente, soy yo quien está en cuestión.

En cierto modo tengo algo parecido a una mala conciencia por hacerle vivir a Junior una vida antinatural, con parejas humanas; a Amélie en cambio la liberé de eso juntándola con Walter, y aunque añoro a veces su cariño inicial, sé que ella es muy feliz, y además a su modo es también muy cariñosa. Walter también sin duda es muy dichoso... por eso me esfuerzo al máximo en que Junior se sienta feliz, ¡la tenemos tan consentida! Pero es nuestra obligación, es una cuestión de responsabilidad.


jueves, 7 de abril de 2011

Una pareja ejemplar

(Amélie y Walter tomando el sol de primavera en el balcón, aún cerrado con plástico)

Las relaciones de las tórtolas entre sí, y con los seres humanos, son complejas. Cuando Amélie se coló por la ventana, y tomó posesión de mi piso como propio, estableció un vínculo muy especial conmigo y con mi pareja: nos acariciaba, nos acicalaba, era tierna y atenta. Poco después compramos a Walter, y automáticamente formaron una pareja maravillosa. Walter es más fuerte, pero vuela mucho peor; menos inteligente, pero más constante. Amélie es puro nervio, curiosa, segura de sí misma, nunca ha intentado picarnos, ni como un reflejo; basta abrir una caja de galletas, o un paquete de lo que sea, para que atraviese la casa como un rayo y se ponga encima de la muñeca. Walter al llegar a casa sufrió bastante, no toleraba nuestra presencia, tenía miedo, se hinchaba, huía. Incluso la primera vez que vio a Amélie salió despavorido. Ahora, Amélie le ha enseñado que somos "buenos", y todo es distinto, ya no nos tiene miedo, aunque difícilmente se deja acariciar; eso sí, busca nuestra compañía, y si Amélie se posa en uno de nosotros, se apresura a hacer lo mismo. Es un galán, y pasa todo el tiempo arrullando a Amélie, a Junior, a la tórtola de la caja de comida, a su reflejo en un espejo, a su sombra...

Cuando no están turnándose en el nido para empollar los huevos, (en los periodos en que el nido aún no tiene huevos, por ejemplo ahora), disfrutan de su mutua compañía. Es un error interpretar su relación con parámetros humanos; si así lo hiciéramos diríamos que "se quieren profundamente". Pero no, es algo más simple, más natural: forman una pareja de tórtolas. Eso sí, da gusto verlas tan atentas, tan perfectamente felices. Hace un rato estaban en su nido, apoyadas en el borde con medio cuerpo fuera, pero no sobre las patas, sino tumbadas ya para dormir. Parecían dos bolitas de plumas, porque cuando están descansando las ahuecan de una forma muy graciosa. Entonces me he acordado de una imagen que vi en el Museo del Cairo, una escultura de un matrimonio de nobles egipcios, es una obra de arte muy conocida y admirable, y por un momento he sentido que Walter y Amélie me transmitían, desde su nido, la misma sensación de majestad y serenidad. Viendo la foto, hasta los colores son parecidos, ¿a que sí? Aunque, claro, los colores de macho y hembra humanos están cambiados, pero por lo demás son similares. Ahí os lo dejo.