jueves, 17 de marzo de 2011

Paulo y Romana en el Indiana Camp, meses después

(En la imagen izquierda, Romana; a la derecha, Romana y Paulo)

Hace un par de fines de semana fui al Indiana Camp, la granja escuela de mi primo, al que le regalé dos hijitos de Walter y Amélie: Paula, de color blanco, y Romano, de color oscuro. Aunque crié a estas dos tórtolas sabiendo que su destino era no vivir conmigo, (cosa además imposible, ya que tener tres en mi pisito es una hazaña enorme), cuando llegó el día de separarme de ellas casi lo hice con lágrimas, y es que ambas dormían en mi mano, y dada la costumbre de los padres de desalojar del nido a sus crías muy pronto, al mes de vida, se habían encariñado conmigo, y no digamos yo con ellas. Mi primo tenía dos tórtolas que no criaban ni ponían huevos, a mi entender machos ambas, y aunque inicialmente Paulo y Romana ocuparon un jaulón donde ellas eran las únicas tórtolas, más tarde se reunieron con la pareja de mi primo.
Han pasado seis meses, más o menos, y he querido hacer una visita. Enseguida reconocí a Paula, porque es la única tórtola blanca, está preciosa, con su plumaje ya de adulta, a mi parecer más bonita incluso que Junior, de quien es hermana. Romano me costó un poco más de localizar, aunque finalmente también lo hice. ¿Creéis que me reconocieron? Si así fue, lo disimularon mucho, ya que me huían, con el mismo pánico del resto de las tórtolas, de ningún modo me permitieron una caricia, y se sintieron aliviadas cuando salí del jaulón.
Qué tonto me sentí, con mi bolita de miga de pan en el bolsillo, pensando que tal vez acudirían a mí enseguida; recordaba con remordimiento cuando las dejé, tuve que quitármelas de encima porque me volaban una y otra vez, y ahora... Dios mío, cuánto quiero a estas tórtolas.